24 marzo 2008

MI JUEVES SANTO

Al salir de la Misa, a esas horas en las que la ciudad a penas se está desperezando, el cielo gris se ceñía sobre la torre de San Pedro augurando una jornada complicada, y a la que muchos volvemos la espalda prefiriendo mirar hacia otro lado.

La costumbre dicta mantilla negra para ellas y traje oscuro para ellos, y el callejero a visitar iglesias y sagrarios. Así nos dispusimos, y así del Silencio al Gran Poder, de los Terceros a San Isidoro hasta llegar a la Colegial del Divino Salvador, no sin librarnos del agua de ese cielo tiznado de mala suerte. Dspués de ver el Nazareno de Pasión recortado sobre las bóvedas remozadas de su iglesia, desandamos lo andado para volver a la Calle Feria, principio y fin de todo Jueves Santo. La Virgen ya lucia con la corona de coronación y la gente se agolpaba y hacía colas para verla. Con las prisas del costal de vuelta a casa para regresar en escasamente dos horas a la Capilla.


La radio colgada como una medalla más solo daba malas noticias, aun cuando Negritos, Cigarreras y Exaltación se aferraban a la esperanza de un cielo despejado que viera el imponente misterio de Santa Catalina, la belleza clásica de la Victoria o el crucificado de la tarde flanqueado por faroles de caoba. Así, mirando al suelo, me dirigí a la Hermandad, no sin maldecir en más de una ocasión estos caprichos del tiempo.


Al llegar mi sorpresa fue el ambiente. Pocos nazarenos de elegantes túnicas, pocos terciopelos negros por la calle. Corriendo subí para dejar las cosas. Abrí el balcón que da al compas y solo pude ver desconsuelo en ese vacio que no habla de cofradía. Por el canalón del almacén caía el agua a chorros, con la misma fuerza con la que una tras otra se desvanecian las ilusiones de las tres primeras hermandades del día. Poco a poco comenzó a llenarse la sala de los que formamos el cortejo litúrgico. La mayoría hacían uso de la radio, y en sus caras se podía leer lo que sus oidos nos se acostumbraban a escuchar. Con éste eran dos años tocados por la climatología y la adversidad meteorológica. Impotencia contra lo que no se puede luchar.
Harto, nervioso, baje y me sumergí en el revuelo de las capas de los hermnanos que se refugiaban y se apiñaban para salvar la pulcritud de sus túnicas. Al rato, la cosa había cambiado, quizás por las notas de optimismo que se desprendian de los miembros de la Junta de Gobierno. Mandaron a los acólitos a vestirse. Monte-Sión era la esperanza de un Jueves Santo quebrado en dos mitades. Tras conocer la noticia de la prorroga de tiempo, sein formó del cambio de itinerario. Y finalmente, lo que todos queriamos oir: Monte-Sión saldría una hora más tarde y acortaría el recorrido por Conde de Torrejón. Aún así, no se pudo evitar que siguieramos mirando al cielo.
Y mirando al cielo salió el Señor de la Sagrada Oración en el Huerto. Sus labios parecian decir a la ciudad: levantaos. Los únicos que permanecian dormidos eran sus Apóstoles. Un año más la salida del misterio la vi retransmitida por la radio y la oí por el redoble de las marchas y el aplauso de la gente. El compas, por el que antes era casi imposible transitar, comenzaba a quedarse vacío.
El paso de la Sagrada Oración seguía dejandose gustar por una calle Feria que este año era más corta que ningún otro. Pero que a la vez ha querido que otros vecinos contemplen ese huerto y.... Al Señor le sorprendian leves gotas de agua, pero decian que había que aguantarlas y que estaban pronosticadas. La cofradía seguía saliendo aceleradamente.
Todo está en la calle. En la capilla sólo el paso de palio de la Virgen del Rosario y los acólitos que la preceden. Fue asomarse al dintel de su puerta, la misma que día a día le reza como Reina del Santísimo Rosario, y se seco el cielo. La luz se asomó entre las nubes para admirar la dulzura de su rostro, ese que se inclina en un ademán de humildad exquisita. Entre sus manos volvian a mecerse las cuentas al son de Rosario de Monte-Sión. Ataviada como casa de oro salía al encuentro de esa muchedumbre con sed de cofradías desde la madrugada del Martes Santo. Casi anestesiados, la bulla nos dirigía camino de la Campana. Su paso lo barría todo. Todos querían verla. La calle Conde Torrejón hasta la Alameda fue un suspiro.


Lo más gratificante era ver la cara de la gente cuando la veían. ¡Qué guapa viene!, era la frase más oida por los que tenemos la suerte de estar en su delantera. Por no decir la media mueca de tonto que uno se le dibuja en la cara cuando amigos, conocidos y cofrades te preguntan eso de ¿Cómo vas?, a lo que contestaba con dos respuestas alternas: ¿cómo voy a ir
con lo que va
detrás? y en la gloria.

El camino siempre se hace corto aunque lo quieran alargar. Y un año más me vi rezagado frente a su manto, esa rampa que nos conduce a su gloria y que ando detenidamente con mis ojos queriendome quedar en ella. Y una vez más la saeta del costalero la proclama entre aplausos Reina de la Calle Feria.
Hasta que no me desprendí de la dalmática no me quité esa risa de medio lasdo a la que antes aludí. La misma que se esbozó en todos los que la vieron y disfrutaron un Jueves Santo. Mi Jueves Santo.



Fotografías: Alberto Ramírez y Andrés Roche

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Emociona la intimidad de tu relato con su celo de dulzura por tu Virgen del Rosario.
Aquella que vi como si fuera un sueño una noche de octubre...

Para mi fue un Jueves de luces y sombra porque hacía años que no lo disfrutaba; ahora El Oratorio de Beethoven, su Opus 85 estuvo sonando en mi cabeza cada vez que veía a tu Cofradía , sobre todo sonaba el "Coro final de Angeles" cuando presentía que llegaba el Palio.
Fue otro sueño...

Marijolamejo dijo...

Me llevé todo el Jueves Santo acordándome de vosotros, pensando que con la lluvia no iba a salir y al final, cuando escuché en por la tele que era la única que había salio me alegré un montón. Un beso

La gata Roma dijo...

Me alegro de que se salvara el día, y de paso la integridad de alguno, jejeje Es una pena que las primeras no pudieran salir, pero confío que el año que viene, al fin tengamos una Semana Santa completa, plena... como debería de ser... El agu es necesaria claro, pero que poco oportuna.
Kisses

el aguaó dijo...

Me acabo de dar cuenta que he metido la pata en el último texto que he publicado, pues te hago alusión, y pensaba que ibas bajo antifaz. Lamento mi error.

En cuanto a tu texto: genial crónica del Jueves Santo. Me alegré mucho (y me acordé de ti) cuando Monte-Sión salió a la calle.

Un fuerte abrazo amigo.