Ir al atardecer a la catedral, cuando la gran nave armoniosa, honda y resonante, se adormecía tendidos sus brazos en cruz. Entre el altar mayor y el coro, una alfombra de terciopelo rojo y sordo absorbía el rumor de los pasos. Todo estaba sumido en penunbra, aunque la luz, penetrando aún por las vidrieras, dejara suspendida allá en la altura su calida aureola. Cayendo de la bóveda como una catarata, el gran retablo era sólo una confusión de oros perdidos en la sombra. Y tras de las rejas, desde un lienza oscuro como un sueño, emergían en alguna capilla blanca formas enérgicas y estáticas.
Ocnos. Luis Cernuda
Ocnos. Luis Cernuda
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