15 marzo 2009

ROSA CAIDA EN EL CRÁTER DE UN VOLCÁN

¿Recordáis la cara de la Virgen de la Hiniesta? No encontraremos palabras para poder encerrar la emoción que a todos producía la visión de aquel rostro que, perdido hoy en la eternidad de la muerte, nos deja en temblor de nuestro recuerdo dos lágrimas que surcan una mejilla de cristal, radiada por la sombra de las largas, negras pestañas. ¡La Virgen de la Hiniesta! Si cada advocación de Virgen sevillana es un acierto de humanidad divinizada, la Virgen de la Hiniesta era precisamente eso: la Virgen Sevillana sin advocación humana. Era eso solamente: la Virgen. Puede haber la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso, con su rostro macerado por el dolor y llagas en sus órbitas acardenaladas; existe la Virgen de los Dolores, con un hermoso gesto de resignación en su semblanate; la Amargura traspasada por las espadas del llanto; la Piedad, con la mayor expresión mística en rasgo de mujer, y tantas y tantas otras advocaciones de Vírgenes sevillanas... Pero hacía falta la Virgen que, aparte de todas las advocaciones, o mejor dicho, compendiando todas las advocaciones, fuese la expresión real - y aquí lo real tiene que ser lo más poético - de la Virgen. Y esta era la Virgen de la Hiniesta. Era eso: una muchachita del barrio de San Julián que no sabía si reía o lloraba. Llena de gracia era su cara donde la carne de la mejilla se hacía cristal de lágrimas y donde los labios ponían sobre el dolor, la iniciación de un gesto inexplicable que si en la Virgen de la Macarena puede parecer sonrisa, en los de la Hiniesta parecía querer hablar palabras de consuelo. ¿Y su salida a la plaza de pueblo grande que era la plaza de San Julián? Que nos perdonen los buenos sevillanos que lean esta página hoy. Más grande que el dolor de recordar todo esto, ha sido el que a nosotros deparó el destino, al ver en el fuego a la Virgen de la Hiniesta. Obligaciones periodísticas nos obligaron a presenciar el desastre de aquella madrugada desoladora. De nuestro corazón, de nuestra memoria de sevillano creyente, no caerá nunca el recuerdo de aquella hoguera enorme, de aquel macizo de llamas, humos, , maderas rojas en el que las vigas de la rechumbre formaban un inmenso varillaje de abanico de fuego contra el cielo lleno del resplandor de la tragedia. Nosotros estuvimos allí junto al siniestro, y vímos como en el fondo de su capilla, adonde no se podía llegar porque un bosque de fuego lo impedía, la Virgen de la Hiniesta sucumbía, abrasada, lamida por un haz de llamas, entre chispas, humo y cascotes del techo, que caían como bólidos iracundos. No se podía hacer nada. La Virgen de la Hiniesta se consumió en el incendio como una rosa caida en el cráter de un volcán.
La Semana Santa en Sevilla no morirá nunca mientras haya sevillanos. Es una fiesta que invade todos los recintos del corazón de la ciudad. Todo volverá a su cauce, y veremos nuevamente a Dios y a la Virgen por nuestras calles. Saldrán todas las Vírgenes de Sevilla. Pero la de la Hiniesta, aquella que estaba en el barrio de San Julián, aquella Virgen tan blanquita, tan casera, que parecía que nos iba a hablar de nuestras cosas - de nuestro pan, de nuestra madre, de nuestro cariño - aquella no será más el placer de nuestros ojos. La llevaremos para siempre hundida en la Sevilla del alma de los buenos sevillanos.

La lectura y el paseo se dan la mano en el texto de Romero Murube. Un relato que aún hoy se hace excalofriante, más aún presenciando en plena Avenida de la Constitución la noticia que recogía El Correo de Andalucía con la figura calcinada y sin vida de la Virgen de la Hiniesta. Muchas otras imágenes fueron desterradas al encierro obligado. De las iglesias a los domicilios de los cofrades, del incienso al miedo, de los altares a los cajones. Afortunadamente, y gracias a la acción de estos hombres y mujeres, muchas devociones siguen entre nosotros sin que la ira y la sinrazón rozaran su tez divina. Esto también se llama memoria histórica.

08 marzo 2009

SALUD



Fotografías: Maru Serrano
Música: BSO Teresa, el Cuerpo de Crísto. Ángel Illaramendi